Vicente Toledo Rohena
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CAROLINA – Hablar con la licenciada y profesora María Consuelo Sáez Burgos, sobrina de la poetisa carolinense, Julia de Burgos (1914-1953), fue un manjar y aliciente. Máxime, cuando mi admiración por Julia no posee límite. Entre mis pasiones por los versos de la poetisa, incluye la declamación de sus poemas en la sala de mi casa, junto al acompañamiento envidiable de mi amigo Federico ‘Fico’ Cordero (que en paz descanse) y su guitarra maravillosa.
Sobrina de Julia de Burgos habla sobre la relación de su madre y la poetisa».
“Tengo que aclarar que no conocí a Julia. Pero, digo que conviví con Julia y copié a Julia. Desde que recuerdo Julia estuvo en mí… en casa se habló siempre en presente de Julia. Mami preservó no solo la poesía, sino que nos transmitió ese amor que siempre se tuvieron”, dijo la profesora.
“Eran 13 hijos (sobreviven siete). Julia era la mayor, y mi madre Consuelo era la tercera. Siempre tuvieron ese amor especial y particular. Convirtieron la hermandad en fraternidad. Entrelazaron cariño… digo que fue una hermandad en la máxima expresión”, apuntó.
De manera pausada y con lujo y detalles, narró que su progenitora guardó con amor las cartas que Julia le enviaba. Aseguró que así lo hizo, hasta una semana antes que murió Julia.
“Al conservar estas cartas tenemos esas memorias vivientes de Julia, donde se abre a la confidencialidad, alegría, tristeza y lucha en todo. Son unas cartas hermosas. Habla de su vida, sus libros, poemas… hay poemas para los estudiosos de Julia”, sostuvo.
De esas cartas hermosas entre la poetisa y su hermana, existe un libro publicado en 2014, ‘Cartas a Consuelo’, que recoge la comunicación de Julia a su hermana entre 1939 y 1953.
“El libro siempre lo tuvimos en mente. Mi madre murió en 1995, y las cartas era su más preciado tesoro. Me las entregó unos años antes de su muerte. Recuerdo que cuando me las entregó, me dijo, aquí te entrego a Julita. Tienes la madurez para tenerla. Nos llegó el momento de compartir las cartas para el centenario de Julia”, explicó en relación a la libro.
“Mami era la persona que más conocía a Julia. Su madre murió cuando eran jóvenes, así, que mami, aunque era menor que ella, se convirtió en esa imagen solidaria presente. De alguna forma, emulando a una madre. Confidente y consejera. Eso se refleja en las cartas”, dijo Sáez Burgos que narró que cuando Julia publicó su primer libro, fue su madre, Consuelo, quien la acompañó.
De igual manera, evocó el anécdota cuando Julia, fue a trabajar en una escuela de Naranjito y su madre estaba con ella en el salón. Recordó que Julia salió del salón y le dijo a su progenitora: “Consuelito quédate un momento con el grupo”. Julia salió del salón, se sentó bajo un flamboyán en una piedra; y luego de un tiempo, regresó al salón con su poema ‘Río Grande de Loíza’.
“Esas conversaciones con mami sobre Julia eran interesantes. Mami ayudó a publicar los últimos libros de tía Julia. Publicó la obra poética, brindó conferencias y dijo presente en diversas actividades. Yo asumí esa responsabilidad. Desde escuela superior empecé a declamar su obra, a dar conferencias. Se convirtió en algo indispensable en mi vida. Una misión que hago con mucho cariño y respeto”, aseguró.
Contó que una vez Julia le escribió una carta a Consuelo desde Cuba -donde estudiaba unos cursos en Derecho- diciéndole sobre sus grandes aspiraciones de estudiar todo lo que pudiera. Sin embargo, la condición económica de Julia era un impedimento para sus aspiraciones educativas. La carta decía: “Consuelín ya lo decidí… vamos a estudiar Derecho. Y vamos a montar una oficina en Puerto Rico: Burgos & Burgos abogadas notarias”, soñó Julia por un instante.
Julia no pudo seguir, pero Consuelo tras la muerte de Julia, empezó a estudiar leyes a pesar, también, de la pobreza y persecución política. Ese legado se transformó en una familia que optó por las leyes.
“Tengo una sobrina abogada, soy abogada, mis dos hijas son abogadas, mi hermano es abogado, una gama de abogados en la familia, pero en especial, somos muchas abogadas”, comentó María Consuelo, que recuerda con gran emoción cuando exhumaron el cadáver del cementerio municipal de Carolina en 1990 y comenzó a salir gran cantidad de agua de la tumba.
“Alguien me trajo una peinilla, un mechón de pelo y una maderita del ataúd. Digo que toqué a Julia porque toqué su mechón. Hay unas fotos donde estoy acariciando lo que queda del cuerpo de Julia, aunque no lo recuerdo, porque en ese momento estaba ida”, comentó entre sollozos.