Por: Juan José Díaz Díaz
Especial para Presencia
John está sentado en la sala de su casa junto a su esposa, escuchando la radio y tomando un rico café, cuando tocan a su puerta e interrumpen su momento “relax”. Es un amigo de la familia, que le trae la peor noticia, esa que ningún padre está preparado para escuchar; “hubo un atentado terrorista en la taberna donde su hijo trabajaba en Nueva York. Cuatro personas murieron, incluyendo a su hijo, mientras que otras 60 personas resultaron heridas.”
Su mundo se derrumba por completo. Está desorientado, y tiene que lidiar tanto con su dolor, como con el de su esposa y demás seres queridos. La tragedia sacude su barrio, su estado y su país.
Horas más tarde, los noticieros reportan que una organización terrorista se adjudica el atentado. Siente rabia, impotencia, no quiere venganza, pero si justicia. Pasan cinco años y, una mañana, escucha la noticia de que han arrestado a varios miembros de la organización terrorista. Algunos habían participado directamente en el atentado, mientras que otros fabricaron las bombas, traficaron las armas, y entrenaron a sus guerrilleros. Todos van a la cárcel.
Ya van casi cuatro décadas, y de pronto hay un movimiento que llega hasta su propia patria, reclamando la excarcelación del que fabricó las bombas, planificó el ataque y entrenó a los perpetradores del asesinato de su hijo. ¿La justificación? Bueno, que él “nunca mató a nadie”, que lo hizo porque creía en la independencia para Puerto Rico, y porque nunca ha visto a su nieta.
Todos repudian que haya sido condenado por conspiración sediciosa, pero nadie menciona los demás cargos de transporte interestatal de armas de fuego, conspiración para transportar explosivos con la intención de destruir propiedad del gobierno, y uso de la fuerza para cometer robo. Tampoco mencionan que cuando el presidente de los Estados Unidos le ofreció la Clemencia Ejecutiva, no lo aceptó, porque incluía tener que hacer un compromiso de no usar más la violencia para adelantar sus causas.
Esta es la verdadera historia de Oscar López Rivera, al que algunos han llegado al absurdo de comparar Mahatma Gandhi y Nelson Mandela.
A pesar de esto, celebridades, líderes políticos y religiosos marchan y envían cartas al presidente, Barack Obama, para exigir su liberación. Lamentablemente, mientras unos lo hacen pensando que es un asunto de derechos humanos, mientras otros (que ni siquiera se han tomado la molestia de leer la informe pre sentencia, o la investigación del Congreso sobre la FALN, y mucho menos los reportajes periodísticos de la época) hacen esto porque está “in”, en moda. Para ellos, esto es como hacer el “Ice Bucket Challenge” o el “Harlem Shake”. Es, simplemente, estar en onda.
Como cristiano, creo en la rehabilitación, y creo profundamente en que Dios puede cambiar a nuestros hermanos, sin importar lo grandes que hayan sido sus errores. No estoy en contra de la liberación de Oscar López Rivera, pero exijo que se diga la verdad, porque él no es un preso político sino alguien que está preso por cometer delitos contra la vida y la propiedad de conciudadanos americanos.
Si desean más información sobre lo que realmente sucedió, los invito a acceder el siguiente enlace: ftp://ftp.loc.gov/pub/thomas/cp106/hr488.txt.