María Consuelo Sáez Burgos
Especial para PRESENCIA
Eran las 5:00 a.m. de un 17 de febrero de 1914 en el barrio Santa Cruz, en Carolina, cuando el cántico del gallo anunció vociferante el parto de la primogénita de Francisco y Paula. La naturaleza efervescente en todo su esplendor tropical y las aguas del Río Grande de Loíza encarnadas en el Pozo Hondo y la Quebrada Limones chorreaban a borbotones el agua que habría de bendecir tan glorioso alumbramiento. Su nombre de pila fue Julia Constanza Burgos García. Fue la primera de trece hijos de los cuales sobrevivieron siete. La belleza del paisaje contrastaba con la desdeñada pobreza del jíbaro, protagonista anónimo de la desigualdad social, el prejuicio, la mortandad precoz y el hambre.
Luego, la familia, como tantas otras, se ve obligada a emigrar a San Juan. Del campo al arrabal, la pobreza se convierte en miseria. La ‘loza’ se convierte en clasificaciones sociales del ‘que tiene’ y del que ‘no tiene’, en la maledicencia mordaz con su antifaz de envidia y prejuicio que pretende encajonar su espíritu libre en formas estereotipadas de mentira social. Sufre la agonía y muerte de su madre, santuario espiritual perenne en su vida. Ve como en el mundo se conjugan las guerras homicidas que amordazan la igualdad y masacran la vida. Milita en la lucha por la independencia patria y siente en carne viva la persecución que atropella las ideas y penaliza las luchas libertarias y de igualdad social. En su afán de estudio, propósito consecuente y prioritario en su vida, ve como el determinismo que le impone la pobreza los torna inconclusos. Le duelen los amores fallidos, el exilio, la injusticia que se perpetúa mas allá de los linderos isleños y la vida misma trastocada por los burócratas dominantes que pretenden amordazarla.
Y Consuelín, su consecuente y adorada siempre Consuelo
El binomio de Julia y su hermana Consuelo, tercer parto de Paula, nace desde su temprana niñez. Desde entonces jugaban a improvisar versos… Eran como seres predestinados hijas de un mismo vientre y cómplices de una misma sensibilidad, brillantez y compromiso enmarcados en sus propios destinos vivenciales. Son calcos de propósitos similares en diferentes flancos.
Julia emigra de Puerto Rico a Nueva York en enero de 1940. Luego a Cuba, Nueva York, Washington y Nueva York, donde fallece el 6 de septiembre de 1953.
Paula, la madre, había fallecido en octubre de 1939. Consuelo se quedó en Puerto Rico y asumió las riendas del hogar. Es a partir de ese momento en que surgen la mayor parte de las cartas entre ambas hermanas. Dicho vínculo fraterno se convierte en la presencia extrapolada de Julia en la isla, tanto en el ámbito familiar como existencial en sus diversas ramificaciones.
Consuelo, ante todas las adversidades, hace acopio de esa reciedumbre que la caracteriza y se multiplica en voluntades. Continúa sus estudios universitarios en la Universidad de Puerto Rico mediante una beca. Obtiene su título de maestra normalista en 1941 y ejerce igual que Julia como maestra de escuela elemental. Concluye su bachillerato en 1945 donde obtiene el Premio Cervantes de la facultad de Humanidades. Ya desde entonces se había unido como Julia a las luchas libertarias y de vindicación social de forma militante.
En una carta suscrita por Julia el 22 de junio de 1942, desde Cuba, Julia le cuenta a Consuelo con gran entusiasmo sobre los cursos de Derecho que está tomando en la Universidad de la Habana y la incentiva a que estudie dicha carrera: “Yo creo que vamos a terminar poniendo un bufete juntas, mi Consuelito y que se llame Lcdas. Burgos y Burgos, abogado notario.”
En 1955, dos años después de la muerte de Julia, Consuelo ‘contra viento y marea’ empieza a estudiar Derecho en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico. Como abogada demostró la misma sensibilidad, compromiso y sentido de justicia que la caracterizó durante toda su vida. Consuelo ejecutó el anhelo de Julia. Consuelo cumplió como siempre.
Consuelo fue la primera que supo a Julia poeta, fue su primera y más ferviente admiradora y su más honesta crítica. Fue cómplice del parto del poema Río Grande de Loíza mientras acompañaba a su hermana en su desempeño como maestra en el barrio Cedro Arriba de Naranjito, único lugar en que Julia pudo ejercer como maestra. Fue su colaboradora consecuente en la divulgación y venta casa por casa y pueblo por pueblo de su primer libro Poema en veinte surcos. Fue quien le divulgó la noticia de que su segundo libro, Canción de la verdad sencilla, había sido galardonado con el premio al mejor libro de poesía por el Instituto de Literatura de Puerto Rico. Fue su aliada en los esfuerzos de publicación de su libro El mar y tú que al verse tronchados Consuelo publicara póstumamente. Publicó póstumamente también el libro Obra Poética editado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Fue su portavoz perenne, interlocutora, ejecutora de diligencias, su confesionario empírico, sostén espiritual y material… Fue quien valoró y protegió sus poemas, fotos, cartas, cada papel, sobre, sello… con la sensibilidad y la sabiduría de quien conoce cual pitonisa la palabra convertida en verso y el verso convertido en eternidad.
“¡Oh, Consuelito, tú eres lo único que me sostiene en la vida, créelo! Fuera de mi gran amor, que por motivos convencionales es tan tumultuoso y sufro tanto por él, eres el único afecto activo que tiene mi corazón. Me conmueve hondamente cada vez que recibo carta tuya. Cuando recibo una cierro los ojos y ya espero recibir la otra. ¡Oh, hermanita querida, te siento como si fueras parte de mí misma! Eres tan buena, y sé que me quieres, y además tu comprensión de tantas cosas es la más alta antorcha, tal vez la única que mantiene mi fe en la vida y en el futuro. Una cosa sé: y es que terminaremos nuestras vidas juntas. Tengo desesperación de verte y abrazarte… Tenemos tantas cosas que contarnos… ¿Verdad?”, Julia de Burgos.
14 de julio de 1941, Cuba
(Epistolario ‘Cartas a Consuelo’ donde se escribe la verdadera biografía de Julia de Burgos dicha desde su propia sangre, palabra y voz).